Pajarona

lunes, 18 de octubre de 2010

VER ANO

El verano siempre ha sido inspirador aun no tener uno inolvidable.
Es más, lo traduzco en una larga espera de emociones y muchas actividades por hacer que probablemente nunca llegarán. En el balcón y sobre el suelo, asemejándome a una alfombra porfiada, me acomodo para hacer fotosíntesis con los primeros rayos de la mañana en este dos de enero. Mientras la ciudad fermenta, salgo a buscar el diario en calzón dando fe de que nadie me verá aunque me vea. Encuentro una carta en su lugar. Una carta con pinta de puño y letra en sobre de papel. Una carta, cuando pensé que Jumbo era el único que se acordaba de mí. Don Fermín Illanes, presente. Me pico porque es para el vecino que intuitivamente sugiero se fue de vacaciones hace unos meses al sur y no pretenderá volver, según la señora del negocio que conversaba con una clienta, mientras yo revisaba invisible las papas y comenzaba de a poco a odiarlo por mala gente y por mal vecino, por envidia y por rencor. Por mi repudio hacia toda la humanidad, hacia la gente chica. Repudio hacia los niños y jóvenes que pertenecen a mi estrato etáreo, pero donde no me incluyo, me incluí ni incluiré.
El verano siempre ha sido inspirador aunque en realidad nunca tuve alguno inolvidable.
Es más, lo traduzco en una larga espera de emociones y muchas actividades por hacer que probablemente nunca llegarán. Desde mi ventana veo caminar algunos grupos de gente que indudablemente se dirigen a la playa. Estúpidos bañistas, gozadores de las incomodidades y el sabor salado. Conversando con otros iguales, entregando puntos de vista donde no importa la respuesta sino el momento que termine para que puedas hablar. La superficie de la arena, personas pequeñas. Y yo acostado, ahora en traje de baño sobre la cama, estiro los brazos y me muevo de un lado a otro como nadando, al tiempo que sostengo el papel y termino de leer la ultima frase. “¿Cómo va la vida?”
Yo aquí, veraneando, respondo.

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