Pajarona

lunes, 26 de septiembre de 2011

duraznito



Del vasto y orgulloso reino de las frutas, el durazno es el pasaje de regreso hacia el verano y los recuerdos estivales. Mi contacto con su corteza saca chispas, y las vivas imagenes de pies descalzos sobre la arena caliente acumulando sol para ir a calmarse luego a la orilla del mar, se proyectan ante mi vista en viejas imágenes táctiles, tales como una foto en papel de foto, o un recuerdo viejo. Entonces allí mis pies son el puente de frescura entre la humedad de los granitos mojados y el resto de mi cuerpo. El mar se acerca y las huellas estampan un diseño temporal. Más tarde, allá en mi casa, los mismos pies sobre la cerámica fría llegando de la playa desplomada ante el televisor, con un durazno jugocito en mis manos, de los que trajo el abuelo de la feria. Me dijo con sus ojitos azules y ese brillo que no opacaría ni con la muerte: mira lo que te traje, cabezas de niño, si pesan como medio kilo cada uno. Sin lavarlo le pego una mordida, despertando al jugo corrosivo sobre la piel aun salada de mi antebrazo, y este pegajoso empeora con la saliva. Le sonrío al abuelo quien me gana con su sonrisa picarona. Se ríe el hombre y la cara rejuvenece, es su escencia que me responde, y yo que le estoy riendo desde hace rato pienso que nada me cuesta sonreír. Porque sospecho que es ese el conducto más consecuente con los gozos de mi alma, que tampoco son tan pocos. Y a juzgar por su cara,  me ganarían nuevamente los regocijos de la suya.

Me entrega entonces otro durazno más para cuando tenga hambre. Cabezas de gato, le llaman a los que son peludos y redondos. Medio rosados y ese color indefinible que mi aprendizaje asocia como "damasco". Y pensando sicópata, como siempre, sicópatamente en tantas otras cosas que no vienen al caso. Que no tratan de frutas, ni del verano. Que siquiera se encuentran cerca, pero que sí confluyen firmemente con el compuesto activo que mueve la tierra. Mi mundo, el suyo y al mismo viento que no se calla. Esa fuerza extraña.

sábado, 3 de septiembre de 2011

: soledad


Como un Goliat indestructible, te nutres sabiamente con el pasar de los días. Cada espacio vacío ayuda a tu composición maestra. Un paseo triste, los inviernos largos, tanta falta de volumen acrecienta tu poder.
Derribarte es superfluo. Busco a tientas el rescate vecino, el antidoto inmediato ante tu podredumbre. Me devuelves, con falsa carcajada, el sucedáneo de lo que deseo: tan acostumbrada, tan presente.
Tan incorpórea y tanto mal me haces, que te solidificas existiendo.
Mientras que cedo entonces a cerrar la boca, apagar la mente y nutrirme de lo que queda.
El imperio contraataca, opuesto a mis facultades.
Los vicios animales
El gusto por la superficie.
La poca sensibilidad
Vanalidades sobre la alfombra
y entonces
por lo visto
es evidente que esta noche me acostaré con la injusticia.