Pajarona

viernes, 17 de diciembre de 2010

Canturreos

Cuando caía la tarde, a la hora en que los adultos dormían la siesta, recorría pieza por pieza, vigilando el sueño de todos para entonces dirigirse a su lugar favorito. Acto seguido, tomaba un cepillo de pelo, tubo de pasta dental, lápiz de tinta, o cualquier cilindro que cupiera en su pequeña mano, y se dirigía al lugar secreto. Era el rinconcito menos habitado de la casa de su abuela Grecia, justo al final del patio, circundado por ciruelas y hojas secas que cayeron - y seguían cayendo- de los árboles milenarios que alguna vez emergieron de la tierra.

Luego de recolectar algunas brevas del suelo y respirar del aire fresco que Santiago aún no privaba, se inundaba de todo el silencio del gran patio y comenzaba a cantar. Apretando fuerte el cepillo de pelo que simulaba un micrófono, se instalaba en el escenario para cantarle dentro del sueño, a todos los dormidos de la casa.

De su boca, una verde enredadera surgía tímida, y en sus puntas, florecían las notas musicales de la canción. Hermosas flores, pétalos rojos y azules se dibujaban en el aire, aunque grises cuando callaba de golpe al oír cualquier ruido humano a la redonda. Con cada nota alcanzada, la planta se enredaba por sus pies y la arrancaba suavemente desde el suelo, levantándola de a poco sobre todos los muebles, animales y vegetales que se hallaban en el patio.

Como cantaba con los ojos cerrados, no sabía en qué sector ni altura se encontraría la vez siguiente. Una tarde mientas cantaba imitando a la de Cristina y los subterráneos, “pulgas en el corazón, perros en el callejón...”, la planta la dejó sobre el techo, y desde la cocina, su hermana Cecilia la miró asustada y corrió a contarle a la abuela, quien en vez de regañarla la invitó a bajar para comer torta de damasco, los que habían recolectado durante la tarde. La tomó en brazos y la llevó consigo hasta la cocina. La niña esperaba con impaciencia la tarde siguiente para seguir cantando.

Esa noche no podía quedarse dormida. Hace un mes que se atrevía a dormir sola, e imaginaba historias que protagonizaban los peluches de su repisa. Sentía que la observaban y le hacían muecas, impidiendo que se entregara al mundo de los sueños.

En un arranque de miedo, salió al pasillo y al escuchar los ronquidos de sus abuelos se sintió en confianza de poder cantar, y no ser oída. Cuando se vio a sí misma en el bosque cantando como Blanca Nieves, rodeada de pájaros y flores, se golpeó fuerte en la cabeza. La enredadera la había llevado hasta el techo. Cecilia, que era reconocida por traviesa, halló la ocasión para acusar a su hermana, y despertar a los abuelos.

La niña, asustada, no fue capaz de bajar. Así que siguió cantando hasta traspasar el techo y encontrarse con la noche fría. Continuó aumentando las notas cada vez más, hasta enredarse con una nube. Cuando entendió que estaba muy lejos rompió a llorar y entonces la gran planta se enrolló en ella y la hizo bajar hasta su cama. Para cuando abrió los ojos se sintió satisfecha por haber encontrado la clave para bajar, cuando no quería cantar.

lunes, 6 de diciembre de 2010

no seas hocicón (contigo)


A veces hay que aprender a no contarle todo a la gente. Si sucede algo importante en tu vida, manéjalo y resuélvelo, porque estas personas, aunque deseen, jamás entenderán lo difícil que significa para ti. Se referirán a ello como un trámite, preguntarán sobre el avance de la situación, y tu estado de animo con la noticia a cuestas, te retarán por no superarlo y de a poco, sin que tengan ínfima idea, obtendrán discretamente un manejo total e inconsciente de tu realidad.
Contar esos problemas que para otros no lo son, es una conducta indomable. La noticia y tu emotividad imploran exteriorizarse, aunque finalmente te lamentes de haberlo propagado y no guardado en la caja de los secretos personales que cada uno debiera tener, situaciones que pertenezcan solo a tu mundo interior y que en cuanto se solucionen o tomen una dirección propia, puedas recién contarlo como una anécdota. (forever -and saves- alone)