Pajarona

sábado, 21 de mayo de 2011

Caramelos de menta

En una siesta apurada, de quince minutos, cayó desde la realidad incorrecta hacia los sueños proféticos. En un circulo, en el medio, se vio sentado intentando desenrollarse a sí mismo en un cuerpo que no pertenecía a la carne. Éter, gelatina, fuerza energética en suaves moldes transparentes, conformaban por todos los hoys, su realidad inconclusa. Que las pastillas para adelgazar, que los problemas del socialismo en casa, que no me quiero juntar con ustedes. Todo se sucede para fastidiar finalmente a solo uno del total. Las escasas probabilidades que te da la vida, azar.
Cuando me encuentro habitando justo al lado de tantas vidas, hay una vergüenza que me sube por el estómago sintiendose algo culpable, talvez, pudorosa de no querer vivir lo mismo. Vete con tus goces, que cada uno obtendrá los suyos. Es la misma injusticia de la que te hable, esa que no existe, la que nace desde mi cerebro hacia los varios aspectos de tu cuento.

martes, 10 de mayo de 2011

(¡No al asilo de ancianos!)

El Toño igual es tranfu. Hace despegar a su mente por las mañanas y se le ve caminando solo a horas raras. Desvía insistente la mirada hacia los zapatos de las abuelas y las arrugas en sus manos . A esa piel que adoptó los colores inesperados del tiempo; morados, rojos, algunas manchas rosadas, pelos en las mejillas y pecas de improviso. No sé si hace dos o más años atrás, unos cinco deben ser, a su abuela Nana le salió de repente un lunar en la cara, a la altura de la mandíbula. Podía estar seguro de que el fin de semana pasado dicho acontecimiento no se encontraba allí, ni en ningún otro lugar del mundo, lo que le hacía pensar sin querer -sin de verdad querer- que la edad en conjunto con comerte, te va faltando el respeto, quitándote el control de los sucesos de tu cuerpo.

La abuela se volvia más abuela y perdía la memoria mientras intentaba entonces rescatar retazos de historia, relatando desvaríes de alguna época antigua; aventuras de la pampa entrelazadas con magníficos enredos de parentesco, en donde el hijo la acompañaba en sus paseos de bicicleta a los nueve años, o su nuera asistiendo el parto de su propio esposo. Recetas confusas pero siempre relatadas desde el pasado. Vueltas de carnero hacia atrás pero nunca un futuro. Tal vez un mañana voy al centro.

Le hablaba la Nena sin freno y este nieto, encontrando la armonía entre paciencia y locura, se sumergía ignorando su fascinación, en los detalles más raros que con los minutos tomaban sentido. Sus zapatos de enfermera, las medias demasiado blancas, el delantalcito de cocinar, la esponja con cloro pasando sobre la mesa, formaban cuadros dignos de película chilena enfocando el Toño con su mirada, el lunático 'mover las cosas' de la abuela, mientras que bien campante ella con su lunar, transmitía hasta por los codos riéndose sola.

Al retirarse a su pieza aprovechaba de llevarse hacia los bolsillos encendedores que encontrara por toda superficie al alcance, cucharillas de café, tapas de bebida o, en el mejor de los casos algún llavero. Todo objeto pequeño y brillante era de interés para meterlo en los casilleros de su ropa. Alguna vez una mujer de la familia le regaló para navidad un vestido sin bolsillos. Lo odió tanto que se negó a probárselo, acudiendo al último resquicio de su voluntad.

Habitó durante diez años la pieza trasera de la gran casona de su hija, lugar donde tuvo que mudarse cuando hasta ella misma advirtió que ya no podía seguir viviendo sola. En el rincón más escondido de esa casa, Antonio nunca pudo estar tranquilo. Le intrigaban los secretos que escondiera ese lugar, entrando a toda velocidad mientras la abuela estaba en el baño, mirando desesperado entre los cajones, bajo la cama, urgando en el closet, queriendo encontrar alguna evidencia de lo que nunca estuvo seguro, y entre esos minutos perdidos por inseguridad, ya la sentía devuelta, arrastrando los pasos y cantando sin letras sin alcanzar el límite del tarareo.

Ella sabía todo lo que pasaba en su ausencia pero estaba tan vieja que prefería ser considerada como tonta o volátil, más que sobria y responsable. Le parecía un sinsendito seguir esforzándose en la vejez, guardando la compostura y aplacando su viveza en la racionalidad moralista. ¿Hasta cuándo?
Inmiscuirse en la locura es lo más sano y sabroso, que todos los ancianos acuerdan por hacer.

Estaba en el sur cuando le avisaron, ¡tanto se decepcionó! una muerte en la vejez. Aunque fuera ese el único detalle predecible de aquella alocada mujer.