Pajarona

lunes, 18 de octubre de 2010

Matando a Marta




Marta doesn’t speak english. Llegó hace dos semanas desde Estados Unidos a Camarán, una localidad de habla hispana compuesto en su mayoría por inmigrantes, que escapando de la brecha del idioma, se congregaron casualmente en dicho lugar. Porque la Marta jamás pudo comprender el inglés. Hilvanar una pequeña frase o idea le resultaba aparte de difícil, innecesario, porque para ella era suficiente mirar a la cara para comunicarse exitosamente con el otro. Trazaba y enganchaba en sus ojos, nariz, pómulos y comisuras de los labios, un hilo imaginario del cual tiraba, cambiando sus expresiones y con ello, pudiendo contar la historia de su vida, sin necesidad de manejar siquiera el castellano. Con su rostro dramatizaba las comas, los puntos seguidos y finales, siendo pionera en un idioma que ni los sordomudos se esperaron venir en la tecnología de las comunicaciones.
Apenas posó sus antiguas maletas de cuero oscuro sobre suelo camaranés, miró a su alrededor y sintió esa emoción que se conecta desde la vista hacia el corazón, decidiendo que esta (ahora sí) sería su nueva tierra. Tendía a realizar ese ejercicio en cada país y localidad vivida; el de bautizar subjetivamente los lugares al momento de identificarlos con algún detalle que llamase su atención. Podrían ser recuerdos, nociones de vidas pasadas o tan solo una palabra, el requisito indicado para refundar las ciudades en su mente.


Muerte 1

Esa tarde de verano, Marta desembolsó sus nuevos ahorros -ya que los de toda la vida fueron gastados el mes pasado en un viaje del que no participó- y pagó un taxi dando al chofer la orden facial de “a la playa más concurrida” por el espejo retrovisor. Una vez allí echó un vistazo general a los bañistas y soleros que gozaban en plenitud de la estación más amarilla del año, y se sentó frente al mar. Niños jugando en la arena, niños llorando en el agua, parejas besándose bajo el sol, amigos riendo en la sombra; mucha gente rodeándola sin advertir su presencia. Sonrió y se devolvió al coche esta vez sentándose de copiloto. Su rostro se ensombreció. Era tan turbia su expresión que fue incapaz de señalar el próximo destino al chofer. O él intentar comprenderlo. Se quedaron estacionados unos minutos que parecieron décadas, hasta que consiguió la mujer señalar el siguiente lugar. A muchos metros hacia abajo del acantilado reventaban las olas, en una playa tan oculta, que ni el conductor supo anticipar. Extrañamente ella pareció conocer el camino desde antes. Desde más joven cuando no era más que una cajera de banco que reducía su universo a una cabina blanca y generar dinero. De cuando hablaba todo el tiempo para rellenar el vacío de su alma. Cuando no imaginaba salir desde su tierra natal hacia el mundo y conocer nuevas culturas. Cuando conoció también a ese hombre que la quitó de toda la monotonía y la llevó a vivir del modo que hoy lo hacía. Pero que la dejó viviéndolo sola, porque ya no estaba. Del mismo modo en que él quiso escapar del mundo terrenal, lo quiso hacer su aprendiz. Hoy decidía quedarse para siempre en un lugar, y sacar la voz por última vez, en un grito de libertad.
Se precipitó a la orilla del acantilado y el chofer contrario a la reacción natural de salvar al otro y quitarlo del error, dio pasos atrás despidiéndose con la mirada de quién lo acababa de condenar con su ejemplo, a ser el próximo aventurero, incluyendo si él quisiera el viaje cúlmine, a la próxima dimensión.


Muerte 2

Descubrió que se ubicaba en el mercado de la ciudad, y se dio cuenta de que no había ingerido alimento alguno en dieciséis horas de viaje, por lo que quiso ir a ver qué propuestas culinarias le ofrecía aquel lugar de tanta actividad y colorido. Como era una distraída profesional y fiel creyente de “esconder en evidencia”, dejó sus maletas a costado de un kiosco de revistas, bien a la vista de los transeúntes, de manera que no se le fueran a perder
Cruzó la calle y al pasearse por el borde del mercadillo se puso nerviosa al no saber por dónde empezar. El cítrico olor de las frutas la confundía, y los dulces de la zona le hacían guiños desde sus envolturas artesanales. Ingresó a ese sector en donde todos comen compartiendo el mismo sitio reunidos de a par, trío, o grupo humano de más integrantes , ignorándose entre sí para delimitar de algún modo, el espacio personal dentro de una ciudad tan demográficamente densa. Ella sería el primer solo de mesa en cuanto leyó “pescados y mariscos” sentándose con decisión a saborear el plato que desde la entrada la camarera advirtió por su cara, qué deseaba. Una suculenta sopa de mariscos se asomó a su mesa, y, observándola detenidamente por unos minutos, decidió tomarla antes de que dejara de humear. Los cuchareos iban cada vez más frenéticos, era posible ver a Marta desde lejos como en cámara rápida, con atención fija en su plato, comiendo como si en eso se le fuera la vida. Y de todas formas, no estaba tan lejos de la realidad. Cuando el cuenco de loza estuvo vacío, empezó a sentir que en su cara se ponía colorada y la temperatura de su cuerpo subía. La azotó un terrible dolor de cabeza impidiéndole pensar y segur los síntomas que continuaban emergiendo de su cuerpo. Al cabo de veinte minutos, que parecieron horas, se encontraba apoyada en la entrada del mercado, hinchada como una pelota, de pies a cabeza. Su estómago se convirtió en su peor enemigo, y después de tanto tiempo practicando su afasia, había olvidado cómo pedir ayuda. Su rostro se perdió entre tanta carne, su cara hinchada como una albóndiga no comunicaba orden alguna, estaba destinada a sentarse en la cuneta a seguir sin resistencia, su inesperada muerte. Minutos más tarde, subjetivamente, demasiado tarde, Besta, conocida de antaño, descubrió que era Marta quien yacía inmóvil en el piso. Se acercó, aunque no demasiado, y siguiendo su camino, se fue pensando en una sola palabra: camarones.


Muerte 3

Para un taxi y este le ofrece una tarjetita con el nombre de un hostal. Marta cansada por el peso de las maletas, decide alquilar pieza en el lugar solicitado. De lujo según ella, porque tenía agua caliente y balconcito con vista a la calle más linda de Camarán, según ella también. Va por toallas limpias y saluda a algunos hospedados al pasar hacia el baño compartido. Una vez allí se desnuda y entrega a la tibieza del agua, relajando todos sus músculos y envolviéndose del suave aroma de las hierbas que recoge en todo lugar guardándola en sus bolsillos, y que en momentos como este, las involucra en el agua haciéndola sentir en el campo, recordando la frescura de la manzanilla y de la … un brusco golpe de sonido la hace despertar. se abre la puerta y ahora, tiembla. Es Besta, la única persona en el universo que podría sentir odio hacia ella. Su hermana mayor quien jamás la perdonó por tan solo haber ocupado su lugar al momento de nacer y robarse la atención de todos -porque la niña es muda- dramatiza burlesca.
- Te demoraste en llegar querida hermanita

Besta, fuera de sí, alzó el secador de pelo para darle un último uso al tirarlo a la bañera donde Marta miraba horrorizada el rostro de quien fuera la única persona que había escuchado su voz.
Luego de electrocutar a su hermana, la limpieza se hizo fácil. En menos de una hora no había evidencia del hecho. Como si nunca hubiese existido la misteriosa Marta.

1 comentario:

Imprevisto dijo...

que manera de ver notificaciones cuando subiste 27 notas aca en tu blog,

me tomara tiempo leerlo, pero matando a Marta ya lo lei :)

siga.