Pajarona

lunes, 18 de octubre de 2010

mar




Para aprovechar la hermosa costa que tiene Antofagasta en sus confines playeros, andar a pie es lo más sensato. Si caminas distraído y con la mente ocupada, es posible que sigas obediente al camino que indica esa maciza hilera de concreto que separa y bordea todo el litoral. Pero, si vas atento al gran espectáculo que pueden significar las olas, estallando y persiguiéndose cada tres segundos, uno entiende que no existe razón para observarlo desde la vereda, sino que es urgente saltar el muro y bajar por las inmensas rocas para encontrarse de repente con un ambiente que al parecer y si es que el mundo de verdad se pone tan justo con uno, te entrega un espectáculo (y un receptáculo) para ti solito, ya que nadie se acerca a ese lugar. ¿La razón? hay que estar allí para entender que las inmensas olas ni siquiera te salpicarán la cara porque no sé a quién se le ocurrió la verdadera maravilla de crear un rompeolas o algún tipo de sistema para que esos tubos transparentes, todos presos del efecto centrifuga, se luzcan al comienzo con fuerza y majestuosidad, pero que, al final, acaben convertidos en una humilde cascada tímida, como perrito pequinés después de haber corrido hasta a ti como un forzudo rottweiler. Así es. Pero no se sabe hasta que se está, y valla qué flojera les da a todos comprobarlo y arriesgarse a mojar su ropita.
Así también se puede observar a variado tipo de aves, que, por no detenerse a bajar a dicho lugar o por último cerca del mar para contemplar como dios manda, se le llama a todos "pájaros" y por favor, es como llamar "comida" a un pastel, una cazuela de campo y una hamburguesa Mc donallds. Los pájaros no son todos lo mismo. Desde mi comodidad (una roca plana asombrosamente anatómica) distingo 5 especies distintas, con variados colores aunque a lo condorito: negro, blanco y rojo, pero así como en el comic, en distintos lugares y formas, diferentes en tamaño, pico, alas, cola, y hasta cántico (graznan , pian, no lo se), pero preciosas cada una juntas y por separado, siempre guardando la distancia prudente entre ellas, no como nosotros que nos atochamos en cada lugar sin dejarnos respirar, convirtiéndonos en enemigos más que en añorados compañeros de especie.
Y anda a ver tu que esa ave bonita de la boca roja le hace quite a la ola creyendo que se mojarálas zapatillas. Ahí se queda sabia de que un poco de agua no mata a nadie.
Así que me acerco más aun
que el agua salada me toque la cara, y que me contagie de esa increíble energía y fuerza que solo el océano tiene.

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