Pajarona

domingo, 6 de septiembre de 2009

Otro día.

Dentro de los tantos rasgos que existen en los seres humanos, la pasión por la cotidianidad es un punto relevante.
Vivir "sola" (defínase como vivir en otra ciudad mantenida por tus padres pero sin convivir con ellos), implica responsabilizarte a diario por tus necesidades ya que estás conciente de que si no te cocinas, nadie lo hará por ti. Esto obliga salir todos los días horas previas al boom del almuerzo, generalmente un cuarto para la una, para evitar toparse con las señoras del barrio y funcionarios del hospital que se toman el negocito más caro, pequeño y concurrido del sector, y no permiten la entrada ni salida expedita de los clientes. Desde el primer día que llegué a este punto de la ciudad, me di cuenta que comprar allí a diario sería complicado principalmente por los funcionarios;

- El Don "tata"- aparente papá de la "Sheyla" dueña y administradora del local- se para en la puerta apoyado en la maquina de los helados con llave en mano, cosa que ningún escolar le eche el ojo a un centella

- La vieja hostil. Atiende el turno de la tarde, mira a todos con cara de pocos amigos y se nota que no ama su trabajo.

- La peruana incubierta, arrinconada en el sector no-visible de los huevos y las papas fritas, te sapea con elegancia tras el vidrio por si se te olvida pagar el tomate que llevas en la mano.

Todos aquellos forman en conjunto, el circuito cerrado de seguridad humano menos práctico y más hichapelotas de la existencia, ya que no te dan el espacio suficiente que necesita todo consumidor para entrar a comprar una miserable ensalada, sin tener que chocar con la humanidad de todos los presentes.

Ensalada mixta que incluye vegetales varios sin sabor pero a la módica suma de 250 pesos, arroz hervido con alguna cosa, sea fideos tostados, arvejas, choclos o hasta pepas de maría, y alguna lata de atún o de palmitos, conforman mi almuerzo al menos 3 días en la semana.

Las viejas ceremoniosas a diario se complican la existencia por sus comidas y van vanagloriando el arte de mezclar los alimentos para quedar todos satisfechos por igual, lavar los mismos platos, ordenar la mesa que limpiaste hace dos horas atrás con la misma dedicación y realizar lo mismo por toda la eternidad. Si no como pollo o pescado hoy, no creo que me muera, pues así parece en esta sociedad de orden ritualesco.
Igual que hacer la cama, me pregunto, de verdad ¿Hay alguien que la hace todos los días? y siendo más especifica. ¿Tiene sentido preocuparse todos los días por las mismas cosas?
Es que como dueña de casa que soy me espanta dejar todo impecable para que dure un minuto. Ante eso me pregunto si el orden y desorden natural de las cosas no es el más sensato? y aqui me doy cuenta que hasta nuestras tradiciones como sociedad son para aparentar:
- a todos nos gusta comer, pero a nadie le apetece verse gordo.
- todos amamos andar en pijama y sin pintura dentro de nuestras casas, pero al dar un paso afuera ya decidimos incomodarnos y transformarnos.
- y ahora...el desorden es parte OBVIA de nuestra constitucion humana, es mas, de las leyes de la fisica que si ocupas algo, se mueve obligatoriamente y la proxima vez que lo ocupes estara alli tal como lo dejaste.
Ante este panorama comienzo a cuestionarme seriamente de la labor de la cotidianidad y la misión de las empleadas y dueñas de casa.

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