Pajarona

sábado, 5 de septiembre de 2009

La paranoica

Un sicópata asiático se está moviendo en la entrada a mi casa, su rostro perdido en la sombra se desdibuja entre la oscuridad y los barrotes de la reja. Manosea la cadena que se une al cerrojo para permitir la entrada, y hunde su cara en el frío hierro oxidado, dejando caer su peso encima. Todo se calma y no me atrevo a seguir mirando. Ambos permanecemos inmóviles negando nuestra naturaleza, cohibiendo los respiros y exalando por las orejas si es necesario para evitar hacer ruido. Escondida entre las cortinas de mi pieza cada pestañeo me parece peligroso.

Cinco minutos quieta y el cuerpo me está picando. Reconosco su presencia aunque no mire hacia afuera. Jamas lo vi antes a excepción de unas decenas de minutos atrás, cuando me bajaba rápido desde el colectivo dejando a la Cata en buenas manos, escuchando la canción de sucupira en la radio, y yo caminando segura de mí, aunque internamente cobarde frente a los cabros de la población. Entre ellos él, medio chino, encapuchado, acunando como una guagua a una caja de vino en sus brazos. Me miró fijo y yo sentí ganas de no haberme encontrado con sus ojos rasgados. Camine rápido y simulé una preocupada búsqueda de llaves aunque estaba segura de recordar su ubicación. Llego, abro y cierro. Al introducir la llave, me miró como malo de la cabeza, más perdido que la Lucianita reconociendo entre copa a, b o c a ojos cerrados.
Parece que mientras divagaba sobre nuestro juego enfermizo de persecuciones cortas, el chino abandono la partida.

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