Pajarona

miércoles, 23 de marzo de 2011

santiago en bicicleta




Me volví amable de repente. Por la vereda, a la altura de todos ellos pero sobre ruedas, no me molesta disminuir mi ritmo para esquivarlos o dejarlos adelantarme, sabiendo que más allá recuperaré los pasos perdidos. Miro hacia atrás y observo con ternura, el tétrico modo de vivir de todas estas personas.
Hay algunos que me quieren y en cierto modo -profundo y rebuscado- agradecen que mi movimiento no les ensucie la atmósfera. Yo me tapo la nariz de todos los malos pensamientos que se vienen como siempre y arranco de ellos aumentando la velocidad. Voy en medio del pavimento. Hasta que estás dentro te das cuenta de que no es difícil si mantienes buenos reflejos. Siento una micro a mis espaldas y pedaleo como mala de la cabeza, riéndome de mi cara de esfuerzo y congelándome los dientes con la helada de la mañana. Hay tanta TANTA gente. Si yo fuera muchas personas, dejaría de sobrepoblar un lugar, por bien propio y común. Hoy más que nunca desearía no cargar a un engendro dentro mio, que futuramente respire dióxido de carbono, como agua los lenguados.
Subo a la acera y es esto un juego de supernintendo. Evadir los hoyos, el barro, uno que otro perro, niños descontrolados que corren. Creo que lo que más me asusta son los otros ciclistas, pasan seguros y tan cerca, que imagino me volarán el brazo con su manubrio. Ese sería mi próximo reto, no frenar cuando vea el peligro, esquivarlo.

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