Pajarona

lunes, 8 de noviembre de 2010

Paseo en patines


Hoy es el cumpleaños número sesenta y seis de Gustavo. Ha estado moviéndose por la casa, visitando los mismos rincones durante media hora. La cocina, el patio, la sala de los cojines y la cocina otra vez, se atraviesan por su camino en dirección a nada físico. Tal vez hacia algún recuerdo.

La oscuridad total de la casa aumenta su angustia. Hace décadas que su aniversario había dejado de importarle, claro indicio de que se estaba quedando solo. El sol había dejado de brillar para él, así como para todos los demás habitantes de Antofagasta.

Acababa de salir de la universidad, cuando el mito comenzó a esparcirse en su cabeza. Hacia el año 2012 se alinearían los planetas. Se derretirían los glaciares y desaparecerían algunas islas. El calentamiento de la tierra y los gases tóxicos no permitirían respirar. La marihuana sería legalizada y la venderían en el kiosco más cercano. Gustavo era joven, y ante esas bases de la vida, esperó la venida de cualquiera de esas alternativas, pero siempre atento a un cambio. Sin embargo, nunca imagino que el norte eterno que rodeó los mejores años de su vida, dejaría ese color amarillo permanente, para pasar al más crudo frío sin colores, blanco de día y negro de noche.

Enciende la chimenea y las paredes crujen. Abriría la ventana pero no, es mejor así. Si allá afuera no se sabe de él, no tendría por qué él saber cómo va todo en el exterior. Gustavo no se fue a la montaña, ni al campo ni al desierto. Solo un día albergó todo lo necesario para vivir, y dejó de existir para siempre. El mundo siguió girando sin su intervención. La humanidad perdió una potencial fuente laboral, un empleado público, un posible amigo, padre en potencia. Gustavo nunca fue a la montaña. La montaña y sus hielos, vinieron por él.

Los polos se opusieron. El Tíbet se fue al hemisferio sur del mundo y los Andes, en estos momentos, alberga a monjes que acuden a retirarse y a meditar en lo alto. El calor tremendo y anormal que ha llegado a esa región, ha hecho cambiar el modo de vida de los tibetanos, pero ellos reciben la gracia del sol, su claridad y tibieza, como una bendición. Como el gran premio producto del buen comportamiento oriental, que al menos no se confundió tanto, como el occidental.

Sudamérica, Chile, y dentro de él, Antofagasta, se enfrentan al godzilla climático. A una gran cámara indiscreta de tiempo indefinido. De promedio 16 grados celcius de temperatura en primavera, bajó hasta llegar a menos 3 todos los días. La luz también fue apagándose indiscriminadamente y ahora la ciudad se basta de vagos destellos al amanecer que se mantienen débiles hasta el ocaso.

Aunque Gustavo cuenta con una importante reserva de provisiones y agua, la temperatura ha descendido tanto que congela las cañerías de su casa. Y por gracia, sería ese el factor que lo hará reencontrarse con la vida de afuera.

Quitó de la puerta, las capas aisladoras de frío y se abrigó con orejeras, bufanda y pantalón de invierno. Finalmente desempolvó el antiguo paraguas negro con las inscripciones G.B, y tomo el primer bocado de aire puro, después de muchos años de cautiverio voluntario.

Frío. Descubrió que su atuendo no supliría ni el diez por ciento de sus necesidades. Oscuridad imperante acompañada de un hielo tremendo. Los antofagastinos se cubrían de un grueso traje tales como los que utilizaban los mineros hacia el año 2000. Tiritando, bajó hacia el centro por calle Uribe para comprar bidones de agua en el supermercado. Un desierto de concreto se presentaba ante sus ojos. Basura fosilizada, como perteneciendo al pavimento. Envoltorios de antiguos Súper 8 y papitas Lay’s cristalizadas junto a muchas otras basuras fijadas al suelo. Los supermercados y tiendas del centro estaban muertas. Se rió para dentro al pensar que llevaba diez mil pesos para comprar. Los billetes deberían ser parte oficial del pasado.

El frío le tensó la piel. Quiso ponerse en movimiento y así aprovechar de recorrer la ciudad de su infancia. Bajó y los bañistas de antaño eran ahora patinadores sobre hielo. La vida se trasladó al océano. Pequeños iglúes tales como campamentos de emergencia, situados a lo largo de la playa, destruyeron su teoría de que Antofagasta no podía expenderse más. Jamás considero al mar congelado. Gustavo estaba absorto. Dicen que las bajas temperaturas hacen a la gente más parca, como sucede en Rusia, pero en este caso, la situación había creado un ambiente de cooperación y compañerismo entre las personas. ¿Sería este el clima el adecuado para reparar una Antofagasta hostil e individualista? Se dio cuenta de que el futuro que esperaba de la ciudad no era tan malo como creyó. El calor del sol era quien derretía los ánimos y hacia arrancar a unos de otros. El frío requería de la unidad. Pensó seriamente en cambiarse de casa.

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